lunes, 18 de junio de 2012

Carta de un padre a su hija


Querida hija,

Recuerdo cuando te cargaba en mis brazos y tu ponias tus pequeños brazos alrededor de mi cuello y recostabas tu cabeza de rizos de oro en mi hombro.   Era el hombre más feliz del mundo cuando hacias eso.  Sabía que confiabas en mí ciegamente.   Te gustaba que te sentara en mis hombros y jugar con mi cabello mientras recorríamos grandes distancias juntos.  Te encantaba descubrir el mundo desde esa altura.  

Por las noches te leía tu cuento favorito ya que no querías escuchar ningún otro.  Solo querías saber de la princesa que había besado a un sapo y al hacerlo el sapo se había convertido en un príncipe azul.   Te arropaba hasta el cuello y te besaba en la frente y te decía cuanto te quería.  Tu me lo decías a mí también y te quedabas casi instantáneamente dormida.  

Cuando tenías pesadillas llorabas y al llegar a tu habitación te acurrucabas en mis brazos y nadie te sacaba de ahí.  Decías que solo yo podía protegerte del mounstruo o del fantasma.   

Te llevaba al parque y te veía subir el resbaladero una y otra vez mientras me decías: “ ¡Mira papá! ” y te resbalabas de distintas maneras hasta llegar al piso.

Cuando aprendiste a dibujar, cada día al regresar del trabajo, me tenías un dibujo listo.  Yo era representado siempre de distinta manera:  un punto rojo, un garabato de distintos colores, un cuadrado con cabello.  Era divertido escuchar tus explicaciones sin sentido de los dibujos que me hacias que llevara en mi maletín para el trabajo.  Te imaginabas que todos los dibujos los ponía en la pared de la oficina cuando en realidad los guardaba porque eran demasiados.    Los que más me habían gustado si que los habia colgado y los contemplé durante años cuando me entraba la tristeza y la nostalgia.

No se ni como sucedió, pero tu madre y yo empezamos a pelear.  Primero eran peleas esporádicas pero luego la frecuencia de las peleas fue aumentando.   Nos decíamos cosas feas e hirientes.  A tu madre le encantaba gritar y quebrar platos.  Yo le pedía que no lo hiciera frente tuyo porque te asustabas pero ella no hacía caso.   Tu empezaste a esconderte en tu habitación a la menor provocación o indicio de que una pelea iba a iniciar.

Las peleas con tu madre se empezaron a hacer demasiado insoportables.  Aunque le preguntaba por qué me remediaba tanto no me decía lo que le pasaba.  Sabía que era algo profundo pero nunca logré saber que era. Empecé a dormir más seguido en la casa de tu abuela.   Hasta que un día me dí cuenta que no había solución al problema porque cada cosa que intentaba hacer era en vano.   Tu madre me odiaba y no sabía ni por qué.  No le había hecho nada grave:  No le había engañado con otra mujer, no le había pegado, no le había gritado nunca.  Simplemente creo que a lo mejor me dejó de amar porque todas las cosas que yo hacía que antes le gustaban se hicieron insoportables.  Me reprochaba mil y una cosas de mi personalidad pero me confundía porque antes esas mismas cosas hicieron que ella se enamorara de mí.  

Así que un día decidí irme de casa para siempre.  Lo que más me dolió de la decisión fue dejarte.  Tenías apenas cinco años y estabas muy pequeña para comprender lo que sucedía.

Intenté entablar conversación con tu madre después de mi partida.  Todavía la amaba y quería ver si se podía arreglar la cosa.  Pero no sirvió de nada.  Me quedé sin fuerzas de suplicar, pedir, rogar.  Se acabó nuestra historia de amor como un espejo roto en mil pedazos.   Me deprimí mucho.  La amé, ¡cuanto la amé! pero al final de nuestra historia parecía como si hablaramos idiomas distintos.  No lográbamos comunicarnos de ninguna manera.   La lloré y te lloré a ti también.  Ya no habrían mas dibujos al llegar a casa,  ni tus brazos enlazados en mi cuello, ni estaría contándote tu cuento favorito cada noche.

Pero la cosa no quedó allí.  Cuando intenté convencerla de que te quería ver me decía que no.  Me decía que yo solo te iba a hacer daño tanto o más como le hice a ella.  Le rogué y supliqué que me dejara verte y solo me lo permitió por escasas horas y de manera esporádica.  Nos divorciamos y acordamos que el dinero que le iba a mandar lo hiciera a través de su abogado.  Yo pensé que era porque no confiaba en mí sin saber que en realidad ya tenía planes de alejarte mucho más de mí.  Se fue a otra ciudad sin decirme nada.  Por más que le rogué al abogado de hacerme saber donde estaban no me quizo decir.  El me aconsejó que era mejor dejar las cosas así.

Talvez fui demasiado tonto o inexperto de no  saber que por la vía legal pudiera haber hecho algo ya que estaba cumpliendo con mi obligación de padre.  Perdí las fuerzas de luchar.  Te perdí.  Perdí todo lo que tenía de un sólo golpe y no sabía que hacer.  Pasaba las noches en vela, taciturno, solitario.  Trabajaba por hacerlo y no me consolaba con nada.  La vida pasaba como película enfrente mío sin yo siquiera participar de ella. Me preguntaba cómo estabas, que te diría tu mamá de mí al preguntar donde yo estaba.   Repasaba cada una de las peleas con tu madre tratando de encontrar lo que yo había hecho mal para ver si podía corregirlo.  No digo que fui perfecto, pero no encontré una razón de peso para que te alejara de mí de esa manera.

Por años estuve  buscándolas pero fue imposible.  Su familia se había mudado, el abogado no me quería ayudar, sus amigas guardaron silencio.   A los pocos conocidos que quedaron y que sabían donde ustedes estaban les veía en la cara que me veían como a un ogro y que jamás me iban a decir.  No sabia ni por qué era eso pero no me quedó otra alternativa que aceptarlo. 

 La otra persona que sufrió mucho tu partida fue tu abuela.  Su salud se deterioró mucho y me preguntaba las vueltas que yo había hecho para encontrarte.  Al cabo del tiempo ella falleció y mi depresión se volvió permanente.  No había ningún motivo para mí para vivir más que la esperanza de encontrarte.

Al cabo de unos años de estar viviendo así encontré a una buena mujer que me sacó de mi letargo.  Me sacó de la depresión, me demostró que todavía se podía vivir, me amo por lo que era.  Me enamoré de su tenacidad y su valentía.  Me dió fuerza y vigor.  Pero tenía miedo de cometer los mismos errores así que me fui muy despacio.  Al cabo de cinco años de estar juntos le propuse matrimonio.  Ella se embarazó y me dió una bella hija.  Al principio tenía miedo de amar a mi nuevo retoño tanto como te amaba a ti porque tenía miedo de perderla y además sentía que te traicionaba.  Pero gracias a la comprensión y palabras de mi nueva esposa logré superar el problema y volví a disfrutar ser padre de nuevo.

Los días del padre siempre han sido extraños.  Por un lado adoraba las cosas que me daba mi segunda hija pero por otro te añoraba y pensaba en las cosas que me hubieras dado.   Repasaba una y otra vez los dibujos que todavía guardaba.  Cada año me entraba la nostalgia porque sabía que también tu me extrañabas.  No me gustaba saber que crecías sin padre o esperaba que si tu madre se hubiera casado de nuevo, esa persona llenara el vacío que mi ausencia había dejado.

El tiempo pasó y dejó su huella en muchos aspectos de mi vida.  Pero las heridas de tu partida eran permanentes y yo no lograba sanar.

Hasta que después de quince años sucedió el milagro.  El abogado de tu madre murió y la asistente de él, que me vió llegar por años al despacho a pedir razón de ustedes, me llamó de inmediato para darme la dirección.  Me contó que tu madre se había casado de nuevo diez años atrás y que vivían en la ciudad de Quetzaltenango.  Y hasta ese momento me enteré del por qué tu madre me había odiado tanto:  Aparentemente su hermana le dijo que habíamos sido amantes cuando en realidad nunca lo fuimos.  Ojalá y tu madre me lo hubiera preguntado aunque creo que de  todas maneras de nada hubiera servido decirle que no era cierto porque era obvio que le creía más a su hermana.   Me enteré que al poco tiempo tu tía murió así que nunca se dió la oportunidad que ella dijera la verdad.

¿Cuántas veces no había ido yo a Quetzaltenango en el transcurso de estos años?  Si hubiera sabido antes que ahí estaban te hubiera buscado de puerta en puerta.   

Por medio de esta carta, quería que supieras mi versión de la historia antes de que me veas.  No he podido estar ahí cuando más me has necesitado pero no es porque yo no haya querido.  Las circunstancias de la vida nos hicieron separarnos de mala manera y espero poder recuperar el tiempo perdido.  Me da mucho miedo de que me rechaces antes de siquiera intentarlo.   

Si me rechazas, lucharé por tí aunque me tome el resto de mi vida hasta lograr que me veas aunque sea como un amigo.   Eres lo único que me hace falta en este mundo para ser completamente feliz.  No quiero morirme sin tener el gusto de volver a verte a los ojos y decirte cuanto te he extrañado.

Te amo hija, no sabes cuanto.

Un abrazo,

Tu padre







6 comentarios:

  1. ¡Joder cómo nos acostamos! ¡Qué dramón!

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  2. Que linda carta, si pareeciera que fue hecha para mi, solo por algunos detalles que no fueron, pero en general muy hermosa de verdad ojala yo hubiese visto por ultima vez a mi padre., lo añore por mucho tiempo y siempre estara en mi corazón como un hermoso recuerdo de una niña.

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  3. Muy bonita carta de un padre que en realidad ama a su hija, fue como si el padre de la niña me estuviera contando su historia, como que si el estuviera platicando conmigo. Felicidades una gran historia.

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  4. Joder como llore hermosa carta!

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