miércoles, 29 de mayo de 2013

La Soltería en los 20's vs. La Soltería en los 30's




Llevo un año soltera y he reflexionado sobre ello.  Me he dado cuenta que el ser soltera cuando estaba entre los 20’s es completamente distinto a ser soltera después de los 30’s.

La diferencia es que a los 20’s lo único que uno piensa es en estudiar y fiestar y no precisamente en ese orden.  Además en los 20’s uno está descubriendo y experimentando varias cosas por primera vez:  beber hasta intoxicarte, pasar la noche en la casa de un chico o un motel, comprar un carro, tener un trabajo, viajar, divertirte, etc.   En cambio después de los 30’s ya tienes la experiencia en todo eso y más.

A los 20’s aceptamos a cualquier tipo que se nos acerque (que esté más o menos de nuestros gustos) para que nos bese o que comparta nuestra cama porque lo que queremos es experimentar.  Yo recuerdo haber despertado después de una noche de mucha bebida y fiesta y darme el susto de sentir un cuerpo a la par mía.  A veces estaba en otro lugar que no era mi casa y ni siquiera quería verle el rostro al chico, así que salía de puntillas con mi ropa en la mano, casi huyendo.  Otras veces el chico estaba en mi cama.  ¿Quién era? ¿Cómo sacarlo?  Lo bueno era que cuando el chico despertaba era un chico guapo.  Me felicitaba a mí misma por tener tan buenos gustos.   Así de errática era mi vida en ese entonces.

A los 20’s conocemos chicos en cualquier lugar, es más: nos abundan.  En la Universidad, en la discoteca, en la boda de la prima, en la calle, en la finca del tío Lencho ¡uf! En una infinidad de lugares.  Nos sentimos reinas del mundo ya que todos quieren con nosotras. 

También hay hombres mayores que nos andan acosando.  Nos prometen el cielo y la tierra.  Algunos más jóvenes que nosotras también nos buscan. 

A veces nos damos un topón: el chico es raro, o posesivo, o tiene alguna manía, o no es lo que creemos.  Entonces vienen los arrepentimientos y en algunas ocasiones a veces hasta asco.   Y así vamos a los 20’s besando más sapos que hombres que valgan la pena.  Más de alguna de nosotras hemos tenido un novio abusivo, celoso, posesivo, pusilánime, que no supiera besar, que no supiera hacer el amor, etc. Por la falta de experiencia lo aceptábamos todo o por no saber cómo decir no o como decirle adiós a esa persona.

A los 30’s la cosa es completamente diferente: con intercambio de palabras o mensajes electrónicos ya sabemos qué tipo de persona es ese chico o sabemos con antelación qué quiere y si nos conviene.  Podemos categorizar a los chicos entre los que son potentes candidatos para ser novios, los que sólo quieren sexo y los que no valen la pena para nada.   También podemos decidir qué es lo que queremos: pasarla bien o un noviazgo.

Después de los 30’s la cantidad de chicos que anda detrás de nosotras es mucho menos que en los 20’s (en especial en los últimos años, ya llegando a los 40’s).   

Somos cautelosas de dónde conocemos al chico: sabemos que al conocerlo en un bar o discoteca no será el hombre de nuestra vida (porque nuestros sentidos estaban distorsionados con el alcohol al conocerlo).  También la manera de conocer chicos ha cambiado en los últimos años.  Ahora se puede conectar uno con chicos por la internet en distintas páginas.  Esta es la manera más eficaz para una chica moderna de más de 30 años.  Pero uno tiene que saber qué páginas y para qué propósito. 

Cuando en los 20’s uno se metía con cualquier chico:  alto, bajo, rubio, moreno, gordo, flaco, etc.  a los 30”s tenemos los gustos más definidos:  Sólo altos, sólo delgados, nadie de determinada cultura, nadie que sea vegetariano, etc.  También sabemos qué cualidades queremos en él y qué defectos definitivamente no podemos tolerar o vivir con ellos. 

A los 30’s ya no creemos en el príncipe azul, más sin embargo tampoco queremos alguien solo para llenar nuestras noches solitarias, con algunas excepciones (hay chicas en los 30’s que por no estar solas aceptan a quien sea porque sienten que se les va el tren).  Yo en lo personal, no quiero estar con cualquiera, quiero estar con un chico que llene ciertas cualidades y con el que yo sepa que voy a ser feliz.  Ya no quiero chicos celosos, posesivos, mentirosos o inseguros de sí mismos. Quiero alguien que me rete intelectualmente y que me trate con igualdad, respeto y amor.  No me importa la nacionalidad pero si alguien que aunque sea de diferente cultura comprenda y acepte la mía.  También quiero a alguien que haya viajado y que le guste viajar tanto como a mí. Cuando estaba entre los 20’s mis requisitos eran que tuviera lindos ojos y un cuerpo atlético. 

El gran problema que tenemos las que estamos en los 30’s es que la mayoría de los hombres que tienen los requisitos deseados ya están con alguien.   Los pocos sueltos que están por ahí, o están sin ganas de tener una relación o no llenan los requisitos.  Eso hace nuestra búsqueda más extensa todavía.   

A muchas de nosotras se nos hace fácil estar solas y podemos estar así por mucho tiempo pero a otras no.  Especialmente porque tenemos a nuestra familia y amigos (que de paso todos tienen pareja) acosándonos y diciéndonos que se nos está yendo el tren (¿y se creen que no lo sabemos?) que a lo mejor ya no podremos tener hijos (si, también sabemos de anatomía) y que el chico que ha estado cortejándonos es un buen partido para nosotros (¿sabías que le huele los pies?) así que sentimos una gran presión en nuestros hombros de encontrar el hombre ideal.  Otras chicas simplemente no pueden estar solas.  Nunca lo han estado y se sienten perdidas o fracasadas por estarlo. 

Yo soy de la opinión que tarde o temprano encontraremos el hombre que llene los requisitos y nos haga sentir mariposas en el estómago de nuevo.  Pero la búsqueda no será fácil.  Pasarán meses y a lo mejor años antes de encontrarlo.  Hace poco una amiga mía me contó que estaba con el chico que estaba porque no quería estar sola pero que en realidad él no era lo que ella quería.  ¿Seremos capaces de hacernos eso a nosotras mismas?  Yo no podría.  Porque en lo que pierdo el tiempo con alguien que no vale la pena a lo mejor el hombre de mi vida está pasando enfrente pero me ve ocupada.  Mejor me espero y tengo paciencia. 

Así que no nos queda de otra que aceptar que la soltería a los 30’s es más difícil y a lo mejor será larga, pero al final la recompensa será grande: encontraremos al hombre que hemos esperado toda la vida.



jueves, 16 de mayo de 2013

¡Viajar es vivir!





En Guatemala - donde yo crecí- ya sea por la falta de dinero, falta de conocimiento o falta de visas, se suele viajar a los mismos lugares: ciudades turísticas dentro de Guatemala o San Salvador.  Los más ricos suelen ir a Miami de compras o a Los Ángeles a visitar parientes o ir a Hollywood.   Hasta ahí llegó el mundo para la mayoría de guatemaltecos.

Yo tuve la oportunidad de viajar desde temprana edad.   Cuando tenía 18 años tomé un bus desde la Ciudad de Guatemala hasta la Ciudad de México.  Tuvimos varias paradas en el camino y aunque los puestos de la policía buscando ilegales eran frecuentes, el viaje fue fenomenal.   En Guatemala nos enseñan desde que somos pequeños a odiar a nuestros hermanos mexicanos, a verlos como enemigos.  Pero al viajar a México me di cuenta que son personas amables, confiables, alegres, parecidos en cultura a nosotros los guatemaltecos. 

Después de ese viaje a México tuve la oportunidad de ir por algunos meses a Argentina de mochilera.   Me fui casi sin dinero pero aun así fue una experiencia inolvidable. Conocer sobre la cultura Argentina, el tango, lo exquisita que es la carne, Las Pampas, llegar hasta Río Gallegos que queda tan cerca de Tierra del Fuego o el piquito de América.  Conocí a gente formidable, disfruté de paisajes hermosos y aprendí varias cosas.  Ahí supe que mi amor por viajar había comenzado.

Desde que vine a Holanda he tenido la oportunidad de viajar a lugares remotos con culturas extrañas de los que jamás hubiera creído poder hacer. 

Viajar te abre los ojos ante el mundo.   Cuando una persona viaja se empapa de la cultura del lugar a donde va.  Quiere probar la cerveza, comida, trajes típicos, etc.  A veces no se puede hablar el idioma pero con señas o con dibujos se pueden entender las personas.  Se pueden conocer personas amables como a la vez personas antipáticas pero eso no impedirá que la persona que viaja te cuente con entusiasmo los lugares a donde viajó, lo que experimentó, los sabores extraños que probó.

Cada foto tiene una historia, el mínimo detalle de la foto es explicado.  Te trata de pintar el cuadro de lo que él o ella vieron de una manera entusiasta y utilizando manos, cuerpo, palabras, etc.   Cuando te cuenta las cosas que vio sus pupilas se dilatan, la sangre corre más rápido por sus venas, las palabras se le atropellan en la boca, puedes escuchar los latidos del corazón acelerados.   Es como si no fuera a parar nunca de hablar.

Te cuenta de la experiencia de cómo aprendió a bucear, de lo que sintió al beber sangre de culebra, de cuando navegó por un río lleno de lagartos, de cómo perdió el miedo al mar. 

Y mientras más viaja más quiere ir a lugares remotos, distantes, a conocer culturas completamente diferentes a la de él o ella. Esa persona que ha viajado ha visto la pobreza en su máximo esplendor, ha comido en las chozas más humildes con las personas más ricas en espíritu, ha compartido con gente rica y se ha deleitado de placeres de lujo, se ha hospedado en los hostales más baratos sin las necesidades básicas (sin baños o agua) como se ha hospedado en hoteles de 5 estrellas, ha experimentado los mejores masajes y ha caminado por las calles más desoladas o por los bulevares más elegantes.

La persona que ha viajado se conforma con lo mínimo para vivir.  Es feliz con lo que tiene y lo que encantaría es tener más dinero para viajar y poder conocer todo el mundo si es posible.

Esta persona tiene muchos amigos en Facebook o Twitter de diferentes partes del mundo.  Algunos de ellos solo los ha visto una sola vez pero él o ella saben que si se da la oportunidad de volver a ver a esa persona, serán los mejores amigos y compartirán anécdotas y experiencias formidables. 

La persona que viaja no tiene miedo de aventurar, de hacer cambios drásticos en su vida, de dejar el confort del hogar o de un empleo por lanzarse a la aventura de lo desconocido.  Va contra la corriente de lo que la gente cautelosa le dice que debe o que no debe hacer. Tampoco tiene miedo de probar las comidas más exóticas.  No le da miedo enfermarse en lugares donde no conoce el sistema hospitalario o donde la medicina sea escasa.  Puede pasar tres días en cama casi muriéndose pero al recuperarse cuenta sobre su mala experiencia con una sonrisa y como una aventura más.

La persona que viaja no es materialista.  Prefiere tener una cinta fabricada a mano en Nepal que un Rolex.  Prefiere buenos zapatos para escalar que zapatos de diseñador Italiano.  Es muy probable que no haya comprado una casa en su vida y no le interese.  Es muy probable que haya hecho cualquier trabajo desde lavar platos hasta ser Gerente de Mercadeo. No se casa a la edad que los demás lo hacen y no comprende por qué el apuro. Cuando lleva mucho tiempo haciendo lo mismo se aburre, se siente inconforme, siente unas cosquillas en los pies que le piden salir de la rutina y buscar la aventura.

Al viajero lo reconoces porque lleva su botella de agua, sus zapatos para caminar largas distancias, su mochila grande o pequeña, su capa en contra de la lluvia, su guía turística y su repelente de mosquitos a la mano.

Cuando hablas con la persona que viaja te hace viajar a través de sus ojos o anécdotas pero te hace sentir tan en casa, tan familiar.  Estas esperando hablar con él o ella o estás esperando que viaje de nuevo porque quieres ver o escuchar de sus nuevas experiencias.

Esta persona seguramente se casara con alguien viajero como él, pero no será una boda común y corriente sino una boda de aventura ya sea en un globo al amanecer por Capadocia, Turquía o una boda con aborígenes en las playas de Australia. Es posible que haya vivido o que se mude en un futuro a vivir a otros países y cuando tenga hijos les pondrá nombres de personas o lugares que le traen recuerdos de viajes.  A sus hijos también les inculcará el hábito de viajar y es probable que a lo mejor los lleve a vivir a otros países o les enseñe otros idiomas desde pequeños.

Su visión de la vida es de aventura, de conocimiento, de buscar nuevos horizontes, de encontrar el regocijo en cosas mínimas, de gozar la sonrisa en la gente, de traer alegría a los que lo rodean.  Sus sueños, que no son pocos, siempre los alcanza y cuando parece que lo ha logrado todo viene con un sueño más grande o más profundo. 

Esta persona te hará salir de tu zona de conformidad y te hará hacer o pensar en hacer cosas absurdas como tirarte en un Bungee Jumping o escalar un volcán en erupción.  Te hará ver la belleza de una simple piedra o la posibilidad de hacer tus sueños realidad si tan solo te atreves y te quitas el miedo.

¡Viaja tú mismo y compruébalo! Verás la vida de otra manera, ampliarás la perspectiva y los horizontes y verás que las cosas conocidas por toda una vida no son lo que parecen ante tus ojos.   ¡Viajar es vivir! 

jueves, 9 de mayo de 2013

La Sinfonía No. 5 de Beethoven




Era  un jueves de enero del 2006 en Amsterdam.  El frío calaba hasta los huesos aunque andaba por la calle con calcetas de lana, pantalón grueso, blusa con cuello de tortuga, suéter de lana, chaqueta de invierno, guantes, gorra y bufanda.  

Eran más o menos las ocho de la noche y había una profunda oscuridad combinada con un viento que cortaba como un cuchillo mientras caminaba por las calles del centro de Amsterdam esquivando transeúntes.

Aunque era invierno y un día entre semana el centro estaba lleno de turistas.  Yo había ido a comprarme un par de guantes ya que los que tenía no me calentaban lo suficiente.  Las tiendas estaban atascadas de gente porque era semana de ofertas.  Entrar a una tienda con la ropa de invierno puesta era desagradable.  Uno sudaba mientras intentaba hacer las compras pero al salir de la tienda el sudor se sentía pegajoso y frío .  Como no encontraba los guantes que quería, pasé por varias tiendas hasta divisarlos.  Cada vez que entraba o salía de una, tenía que esperar a que la gente pasara lentamente de un lado al otro.  Había ruido por todos lados y el fastidio se empezó a manifestar en mí.  

Al salir de la tienda donde había encontrado los guantes lo único que quería era ir a casa.  Tenía hambre ya que no había cenado. Comencé a caminar hasta la parada del tranvía esquivando gente y bicicletas que se atravezaban por mi camino.

Llegué a la parada en Leidseplein.  Me dolían los pies y el viento era más fuerte. Entre el ruido de la gente hablando, riendo o gritando, los tranvías pasando, los carros, las bicicletas y la música que salía de algunos bares alrededor de Leidseplein, escuché una música conocida. 

Agudicé el oído y la reconocí:  Era la sinfonía número 5 de Beethoven.  Normalmente no me impresiona escuchar alguna sinfonía clásica en la calle pero la manera en que los músicos estaban tocando la sinfonía era hechizante.   Me dirigí hacia donde venía la música.  Mientras más me acercaba más podía escuchar la interpretación armoniosa y fina de los músicos.   Al llegar al lugar comprobé que los músicos no tenían más de 20 años.  Eran 6 chicos que entonaban la sinfonía a la perfección.   Habíamos cinco personas enfrente de ellos.   Mientras más la escuchaba, más me hipnotizaba la manera en que los músicos hacían su interpretación.  

No sé que sucedió pero sentí un dolor en el corazón  y se me empezaron a salir las lágrimas.   Me sentí un poco ridícula al hacerlo y vi de reojo a las demás personas para ver si no me veían llorar.   No podía creer que esos chicos tan jóvenes pudieran enterpretar a Beethoven tan fantásticamente. 

La interpretaron desde el primer movimiento hasta el cuarto.  En total la sinfonía dura mas o menos media hora y estuve ahí hasta que terminó el ultimo movimiento.    Los transeúntes pasaban de un lado al otro, pero los que se quedaban a escuchar no podían moverse.  Era como si la interpretación de la sinfonía nos hubiera atrapado y no nos dejaba marcharnos.   No sentía más ni el frío, ni el viento, ni el cansancio, ni el fastidio de haber estado en las tiendas llenas de gente.

Era lo que necesitaba en una noche de invierno como esa.   Era como una medicina para el alma, la música calmaba mis penas, me relajaba y me hacía sentir liviana.

Al casi terminar la sinfonía con el cuarto movimiento en Allegro los muchachos estaban eufóricos. Sonreían y se miraban uno al otro como si estuvieran contándose la cosa más maravillosa del mundo. Tocaban cada quién su instrumento con todas las ganas posibles.   Algunos de ellos sudaban y las gotas de sudor les corrían por el rostro pero a ellos no les importaba. Los que estábamos presentes escuchando la interpretación estábamos contagiados con el entusiasmo de los chicos.

Al terminar todos los presentes aplaudimos efusivamente.  Ya no éramos cinco personas escuchando sino que como treinta.  Los chicos se inclinaban en agradecimiento y se abrazaban uno al otro.

Empezaron a caer las monedas en la caja abierta de un violin.  Yo esperé a que la gente se dispersara porque quería saber más de estos chicos.  ¿Cómo era posible que pudieran interpretar esa sinfonía la perfección?  ¿Dónde habían aprendido a tocar así?  ¿Por qué no estaban en una orquesta famosa de Europa?   Quería saber la verdad sobre ellos.

Me acerqué a uno y le pregunté.  Me contó que él y sus compañeros eran rusos.  Habían venido a Holanda hacía dos meses.  Habían estudiado música desde los 6 años con los mejores maestros y era lo único que sabían hacer ya que habían ensayado muchas horas los siete días de la semana.  En Rusia no era posible entrar a una orquesta sinfónica que los contratara porque lamentablemente habían más músicos que trabajo para ellos.  Me dijo que estaban de ilegales en Holanda y vivían en albergues temporales.  De noche, se turnaban para cuidar los instrumentos musicales porque en esos lugares era fácil que se los robaran.

No sólo me había impresionado su música sino que también su historia.  Quería ayudarlos pero no sabía cómo.  Es una de esas ocasiones en que quieres ayudar y no tienes los medios para hacerlo. Busqué en mi billetera y encontré 66 euros.   Se los di y les dije que se compraran una buena cena.  Les desee la mejor suerte del mundo y me fui.

Desde entonces cada vez que escucho la sinfonía número 5 de Beethoven me acuerdo de esa noche y me pregunto que habrá sucedido con ellos.  Espero que hayan logrado ser legales en Holanda, que hayan logrado entrar a una orquesta y hayan podido interpretar su música para un público mayor.  Eran demasiado buenos como para vivir ganándose unas pocas monedas en la calle.