Foto Prensa Libre: Victor Chamalé
Estoy con la cabeza que parece un globo que se infla de
tanto aire que ya se sabe que de repente ¡PUM!
explotará y mi cabeza se hará añicos.
Pero mi cabeza no está llena de aire sino que de pensamientos y esos
mismos pensamientos son los que no me
han dejado escribir por días.
Lo peor para un escritor es no poder escribir. Pero a veces no se tiene la inspiración por
más que se busque. Antes de este escrito
he intentado escribir dos o tres veces más.
Solo que en lugar de arrugar
el papel y tirarlo al sesto de la basura solo hago un click en “no grabar”.
En estos días han sucedido tantas cosas que me hacen pensar
que la vida a veces te da jugarretas para que aprendas algo pero que tienes que
prestar atención para saber qué es lo que tienes que aprender.
Ayer estaba hablando con mi amiga Claudia de su supuesto
viaje a Europa en octubre de este año.
Es un regalo para su hija, Mariandré, que quiere conocer Amsterdam y Paris y quieren que las acompañe a estos
lugares que yo ya conozco demasiado bien.
La discusión que tuve con mi amiga era que yo no quería ir a Paris
porque ya he estado varias veces. Le
dije que mejor fuera ella con Mariandré.
Después de la discusión con Claudia, abro mi computadora y veo esta noticia: Hombre Traslada en Carreta a su Conviviente Enferma. Se me salieron las lágrimas. Yo discutiendo con Claudia diciéndole que no
quiero ir a Paris más y este señor llevando a su mujer por cuatro kilómetros en
una carreta así tan a la intemperie y a la vista de todas las personas.
A veces no nos damos cuenta que simplemente tenemos
problemas de lujo. Que en realidad no
son problemas, que somos unos seres sumamente mal agradecidos, que tomamos las
cosas como se dice en inglés “for granted”, como si siempre las fuéramos a tener.
Recuerdo que a mi abuelito César -que en paz descanse- lo que más le dolió en el mundo fue perder
el sentido de la vista. El se fue quedando ciego gradualmente. Lo odió porque a él le fascinaba leer. Algo tan sencillo pero para él era algo
importante en su vida.
¿Qué sería de mí si pierdo la vista o si me quedo sin manos? No podría escribir o leer, dos cosas que para
mí son esenciales.
Tengo un amigo muy querido que hace poco se cayó de las
escaleras de su casa. Se dio un golpe en
la parte de atrás de la cabeza de
tal manera que quedó inconsciente. Su
pareja escuchó cuando se cayó y fue a rescatarlo. Si su pareja no hubiera estado en ese momento
en casa mi amigo se hubiera muerto porque se estaba ahogando con su propia
lengua ya que se le había volteado para dentro. Normalmente la pareja de mi amigo trabaja en
Brasil así que está fuera de casa por meses.
De pura casualidad cuando mi amigo se cayó su pareja estaba
ahí. De pura casualidad mi amigo se salvó. Ese golpe dejó a mi amigo inconsciente. Cuando despertó no podía hablar, cuando
empezó a hablar no podía decir oraciones,
tampoco podía saber la diferencia entre español y holandés. No reconocía a nadie, no sabía dónde estaba o
de dónde venía. Mi amigo es de
Guatemala y las cosas esenciales como frijoles, Antigua Guatemala o la palabra
Chapín (apodo de los guatemaltecos en centroamérica) no las recordaba.
Mi amigo tardará 6 meses en ser rehabilitado y los doctores no
pueden decir si quedará completamente bien o tendrá secuelas del accidente. Así que por el golpe él ha perdido tantas memorias
y a lo mejor tendrá secuelas corporales.
Yo me puse a pensar que si algún día yo me golpeo de esa
manera y no recuerdo de dónde vengo, no recuerdo Guatemala, no recuerdo mi
niñez, mis amigos, mi comida, mi familia, ni nada de eso tan importante en mi
vida, que me ha hecho lo que soy entonces ¿Quién seré? ¿Qué será de mi? ¿Qué quedará de mi?
Entonces si voy o no a Paris este año de nuevo ya no tiene
importancia. Es más, estaré agradecida
de ir una vez más.
Recuerdo una vez, en uno de mis viajes a Guatemala, que tuve
el atrevimiento de irme en bus desde la ciudad capital hasta Sololá, para luego
ir a Panajachel en otro bus. Conocí a
una señora en Sololá que viajaba con sus hijos gemelos. Recuerdo su rostro como si lo estuviera
viendo ahora mismo: Arrugado, quemado
por el sol pero sonriente. La señora
carecía de los dientes frontales superiores más sin embargo su sonrisa era de
oreja a oreja y a uno no le quedaba más que sonreir con ella. Nos pusimos a hablar y entre la plática le
pregunté cuál era su mayor deseo. Me
dijo con un suspiro y con ojos brillantes:
“Mi mayor deseo es ir a la ciudad capital de Guatemala”.
¡PUM! Ahora si, mi cabeza estalló y se hizo añicos.